En 1999, un baño de agua salada se abatió sobre nosotros. Nacho Laguna daba salida a su primer disco, «Cantábrico de emociones», y se presentaba, al fin, como compositor y letrista de sus propias canciones.

«Cantábrico de emociones» es la región que devuelve a Nacho con resaca melancólica de sus navegaciones y deja al público a merced de su pulso, sístole/diástole, poesía/música, con la única orientación de una brújula sentimental. Un paraíso perdido que descarga energía desbocada y dañina bajo tormentas de «lágrimas de plata fina» o se adormece sobre «las olas que respira el mar».

La carrera musical de Nacho Laguna ha estado unida al bajo. Así fueron sus comienzos en Trifide Freud, un chico precoz a quien pronto Javier Corcobado ordenaría como uno de sus Chatarreros de Sangre y Cielo. Junto a este mentor de desequilibrado honor, compondrá sus primeros éxitos, a los que seguirán sus flirteos con Soul Bisontes y el funk-punk de Los Labios.

Pero su vocación y unas cualidades que le permiten manejar todos los registros, todos los niveles del pop y el rock le abrieron camino de los primeros discos «suyos», los dos trabajos del escritor José Luis Moreno Ruiz, a quien convertiría desde la producción, el bajo y las guitarras en el grano de carga adolescente que la sacralizada canción de autor española necesita para reventar pringosamente con apreturas de cultura, ironía y sarcasmo.

Analista de las sensaciones, cirujano de los sentimientos, grumete, timonel y capitán del cantábrico -es su paraíso perdido: niño, adolescente y joven-, autor de versos suavemente, como un manto de helechos surrealista, invitaciones a silbar las rutas de las pasiones bajo un viento de nostalgia. Lecciones de anatomía crepuscular por el Doctor Laguna, el bisturí fundamental para quienes han aprendido a gobernar el barco ebrio.

José Ignacio Aguirre Barco